LA MAR, LAS NUBES Y LOS BARCOS

viernes, 29 de julio de 2011

MI MAESTRO IVÁN AIVAZOVSKY

<EL CUADRO POR EL QUE CONOCÍ A AIVAZOVSKY>

             (Extractado de una entrevista que me hizo “Palmeral)
   Para mí, el maestro de maestros de los pintores llamados marinistas es: el ruso-armenio Iván Aivazovsky. Ese es mi auténtico maestro desde el día que lo descubrí agazapado entre una muestra de pintura de la Galería Tretiakov, que se expuso en la Fundación Mapfre en 1999. Al ver un pequeño oleo de un barco navegando lentamente con tan solo la cangreja, del que se ha echado a la mar un bote con un grupo de personas, que al parecer se dirigen a tierra bogando sobre una mar algo picada, bajo un cielo con amagos de tormenta y unos montes nevados al fondo. Me dije ¡E ahí el hombre y el Mesías que yo estaba esperando! Quien era capaz de hacer ese cuadro, que representaba lo mejor de mis anhelos, iba  a tener en mí al más fiel de sus discípulos, que ahora sé que son muchos. Y desde entonces, lo ha sido y no tengo más pena, que conmigo no se va a poder decir aquello de que “el alumno supera al maestro”, porque el maestro es insuperable.
      Alguien pensara a la altura de esta película sentimental, que yo copiaba al amado en mis cuadros. Rotundamente no, y eso lo podrá ver cualquiera que compare mi obra con la del maestro. Pero al pintar, mi estética se había fundido con la del maestro, hasta el punto de que muchas veces me preguntaba y me pregunto: ¿Qué hubiera dicho “el amado ausente” de este cuadro...? Naturalmente, en cuanto a temática, mis cuadros y los suyos responden al tema marinas, pero mi pintura es menos acabada. El, como yo, pintaba el cielo por la mañana y en una sola sesión rápida. Esto le da una fluidez atmosférica que se rompe con los sucesivos retocados. Pero en cuanto a las aguas del mar, mi querido maestro, lograba el efecto cristalino y de trasparencia que le caracteriza, a base de seis y más capas de veladuras sobre seco. Yo, soy incapaz de hacerlo así. Termino el cuadro en fresco o aun con mordiente, en no más de una o dos sesiones. Luego lo paso al secadero y ahí se queda hasta que un día me lo encuentro entre los más de mil quinientos que ahora tengo en mi estudio y si veo que esta pasable, le saco algunas luces y nuevamente lo dejo, hasta que con motivo de alguna exposición lo firmo y lo barnizo y ya lo doy por amortizado.
Carlos Bermejo
29 de Julio de 2011


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