LA MAR, LAS NUBES Y LOS BARCOS

sábado, 25 de diciembre de 2010

LA PINTURA, MI DROGA

  Uno pinta por placer y como todo lo placentero “engancha”. A veces pienso que la trementina es la droga a la que estoy “colgado”; que sus efluvios me obnubilan hasta el punto de que cuando estoy en el estudio el tiempo y el espacio no existen para mí. Uno, dos, mil, dos mil golpes de pincel y donde solo había un lienzo en blanco surge un retazo de vida, alumbrado desde lo más hondo de mi ser. ¡Algo he parido! El parto de los montes. Un ratón. No lo sé. Pero ¡que placer! ¡Que orgasmo de sentimientos! Dejo los pinceles; salgo al jardín; respiro aire puro, vuelvo al estudio deseando ver de nuevo lo que acabo de pintar. ¡Dios mío! No me gusta nada. Le falta vida. Relamido y sin vibraciones. Me siento. Miro. Remiro. Me surgen mil ideas para mejorarlo. Cojo el pincel. Toco aquí y allá. Cada toque lleva la fuerza de una carga explosiva: ¡vive!, ¡vibra! Pasan las horas. Estoy agotado física y mentalmente. Mi estomago ladra como si llevara dentro el perro de Pavlov. Los reflejos condicionados me avisan de que debo reponerme. Que debo dejar los pinceles y comer algo. La “dosis” ha sido excesiva por hoy. Descansaré. La siesta. El gimnasio. Los “colegas” de la Asociación. La sesión de tele nocturna o el libro que tengo a medio leer. Luego, a media noche, a la cama.
   Con todo eso ¿me olvide de la pintura? ¡Ni hablar! Durante la siesta, andando en la cinta del gimnasio o cuando me voy a la cama, sigo pintando mentalmente en el cuadro que descansa de mi en el caballete del silencioso estudio. Con los “colegas” hablo de pintura o voy a ver exposiciones de otros “colgados” como yo, y los libros que leo son, en un alto porcentaje, libros relacionados con la pintura. Es el “mono”, el puñetero “mono que no me deja tranquilo, hasta que por la mañana vuelvo al estudio, huelo la trementina, me enfrento al cuadro y me digo: “pues no esta tan mal” o, “decididamente, no me gusta”. En el primero de los casos lo pongo cara a la pared, para dentro de unos días o de unos meses, hacerle pasar “la prueba del algodón”. En el segundo, lo tiro al montón de los “malditos” y empiezo otro, con la esperanza de que va a ser mejor.
  Y así un día, otro día, un año, casi treinta años que llevo pintando y exponiendo solo, o “en compañía de otros u otro” como dicen de los autores en los escritos judiciales. Como veis, mi “adicción” es tan fuerte que (si antes no recibo la visita del doctor Alzhéimer) morirá conmigo. No pienso hacer nada por “desengancharme” y hasta con cierta frecuencia sigo mostrando en público sin avergonzarme por ello, las secuelas de mi bendita “drogadicción”.
Carlos Bermejo
Abril de 2005

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